Indefensión aprendida
Facultad de Psicología. Psicología del Aprendizaje.
Hoy vamos a hablar de la indefensión aprendida.
Hasta ahora hemos visto lo que ocurre si a un perro
encerrado en una jaula lo premiamos cada vez que realiza un comportamiento determinado,
si lo premiamos solo a intervalos fijos o bien a intervalos variables, si no lo
premiamos nunca o si le retiramos un castigo cuando hace lo que queremos que
haga. En todos los casos el perro aprenderá que su conducta tiene una
consecuencia o incluso una falta de consecuencia que él conseguirá predecir
tras un breve período de aprendizaje. Y su salud mental y emocional permanecerá
dentro de los límites de lo saludable.
Pero, ¿qué ocurrirá si, haga lo que haga el perro,
siempre lo castigamos? Una jaula con una parrilla electrificada por suelo. Un
perro encerrado dentro. Una serie de descargas que se repiten a intervalos
variables, indefinidamente, sin que nada de lo que haga el animal tenga como
consecuencia el cese del martirio. Al principio el perro desarrollará una
actividad frenética, hará todo lo que un perro puede hacer dentro de una jaula
con la esperanza de que el azar y su empeño den con el comportamiento que le
libere del suplicio: levantar la pata izquierda delantera, la derecha, aullar,
saltar, mover el rabo... Lo que demonios sea que se le haya antojado al
experimentador-torturador para que acaben de una vez las malditas descargas.
Pero todo es inútil. Haga lo que haga las descargas continúan, cadenciosamente,
sin piedad, sin fin. El perro acaba por dejarse caer en un rincón y no hacer
nada. No come. No ladra. No se queja. No lucha. Soporta descarga tras descarga
sin inmutarse. Está enfermo. Sufre indefensión aprendida.
Hace veinte años que escuché por primera vez esta
lección de psicología básica. Casi la había olvidado.
¿Es usted un buen ciudadano? ¿Un buen trabajador? ¿Un
buen padre? ¿Un buen vecino? ¿Respeta las normas? ¿Paga sus impuestos? ¿Es
honesto con los demás? ¿Y consigo mismo? ¿Actúa según le dicta su conciencia?
¿Cree en el sistema? ¿O acaso no cree en él? ¿Ha hecho lo que le decían desde
pequeño que tenía que hacer para vivir tranquilo y honradamente? ¿Ha estudiado?
¿Se ha preparado unas oposiciones? ¿Ha hecho un master? ¿Sabe idiomas? ¿Ha
trabajado duramente desde muy joven? ¿Se levanta temprano todos los días y
dedica jornada tras jornada a aportar algo a la sociedad? ¿Paga sus facturas si
es que todavía puede pagarlas? ¿Ha votado a la derecha? ¿Ha votado a la
izquierda? ¿No vota?... Da igual. ¿No tiene usted la sensación de que, sea cual
sea su respuesta a esas preguntas, da igual? Que igualmente le bajarán el
salario una y otra vez, o lo despedirán, o se quedarán con su casa, o le
asfixiarán las deudas, o no verá futuro para sus hijos. Da igual que sea usted
funcionario, albañil, autónomo, inmigrante, de pueblo, de ciudad, viejo, joven,
hombre o mujer. Da igual que le ponga empeño a lo que hace, que crea en ello,
que espere una recompensa... No habrá recompensa. Mejor dicho: la recompensa no
vendrá del que le mantiene encerrado en una jaula con parrilla electrificada
por suelo. Él ha decidido que ahora toca la descarga indiscriminada y la
indefensión aprendida.
Pero le contaré un secreto. La jaula tiene una puerta.
Todas las jaulas tienen una. Dentro de la jaula no acabarán las descargas pero
fuera hay aire puro, tierra firme, alimento fresco y otros perros maltratados
con los que, tras maniatar y amordazar al experimentador-torturador, construir
un mundo sin jaulas. Solo es cuestión de abandonar el rincón en el que nos hemos
ovillado sumidos en la desesperanza, comprender que la única salida está tras
las rejas y descorrer el cerrojo.
Hace veinte años que escuché esta lección de
psicología básica por primera vez. Y casi la había olvidado... Con lo
importante que era.
Sofía Balmont
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