dimarts, 6 de desembre del 2011


Reflexions d’un homo sapiens en mig de la crisi actual.-

La felicidad es también la pérdida racional y valiente del miedo ante las adversidades. Es una negación del sufrimiento, posible de manera consciente. No es un olvido. Es una decisión.

La mejora permanente es una falacia de la modernidad. Basta con echar una ojeada a la historia para darse cuenta.

Los políticos profesionales son unos verdaderos embaucadores en manos de las grandes fortunas. Son todavía peores los que aspiran a serlo.

No somos lo que hacemos, sino lo que representamos hacer.

La felicidad y la moral no tienen porque ir de la mano. La feliz y la moral, cuando van juntas, hacen del individuo un poco más completo.

La felicidad no se la puede ordenar. Tampoco se le puede dar órdenes, ni racionalizar. Es, en sí misma, efímera y se compone de una alta subjetividad.

El Estado se ha convertido en un Frankenstein.

El Estado debe garantizar nuestros derechos ¿quién lo hace ahora?

El pensamiento económico ha corrompido al pensamiento político.

Hay una ficción en la soberanía popular, la metáfora del pueblo se ha convertido en una especie de edulcorante.

La dimensión económica es la que determina el orden político. Criterios basados en la idea de la competencia y del crecimiento constante hacen de lo humano un ser irresoluble y de la sociedad un mostro deforme y decadente que se consume a sí mismo.

¿Dónde residen los límites de la libertad?, quién los legitima ¿las leyes? ¿las religiones? ¿Quién es el propietario de la libertad?

El utilitarismo adoctrina y subyace a la economía. La política apela a la libertad, pero una libertad encauzada por los mismos criterios que rigen a la política y a la economía. El utilitarismo político conduce a la coacción y al afianzamiento del poder, en todas sus dimensiones.

Se crean argumentos para justificar la esclavitud de la razón y la demencia de las pasiones. Se necesita de las matemáticas para justificar nuestras acciones.

Bajo el determinismo ideológico se esconde el soberano totalitario (un soberano que no siempre es político, aunque actúe como tal).

El terror se está utilizando como maestro del relato cotidiano. El terror sirve para encauzarnos. Para limitarnos y negarnos a nosotros mismos. Así nos subyugamos a la omnipotencias de la acción (por ejemplo de los mercados).

Ante el poder, cualquier resistencia a él se traduce como provocación.

Vivimos una ideología travestida. Los valores de la antigua izquierda se han desmoronado. Se han perdido en el complejo de las palabras. La derecha no es lo que dice que es, pero la izquierda parece no ser lo que debería.

Vivimos en una democracia desvalida. Una democracia en tránsito. En tránsito ¿hacia qué?.

No todo lo que vemos y oímos existe.

No todo lo que nos creemos es verdad.